"Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las
tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre
la faz de las aguas" (Gn 1,2).
El caos, la oscuridad,
las tinieblas y el lado oscuro de la fuerza siempre han estado ahí. ¿Y qué?
Nada nuevo bajo el sol, excepto que cuando aparecen no sala ni el bueno de
Lorenzo a dar la cara.
La historia de un mundo
vacío y frío bajo nuestros pies descalzos y barnizados de ponzoña tampoco es
novedosa. Todos hemos sentido en algún momento la visita fantasmal de la
tristeza, la soledad o el miedo. Y lanzamos al viento navajas como preguntas
que nadie responde. ¿O no?
Resistimos al límite,
como gota de agua bajo la teja. No situamos en el abismo. Y olvidamos la
segunda parte: que el espíritu "se movía sobre la faz de las aguas".
Y esto cambia toda la película.
Ese espíritu,
origen de todo, generador y creador de todo, se movía y se mueve. Habita en
nosotros. En lo que hacemos y en lo que dejamos de hacer. "Niño, estate
quieto". Y una leche. ¿Es que no has oído a Beethoven? En el principio del
principio de la Novena es el mismo Dios quien le pone banda sonora a la
Creación. Ahí oiréis que no fue fácil. Ni lo fue ni lo es. El lado oscuro se
las trae, pero la Luz siempre se abre paso. Y al final sale el sol, chipirón,
ya nos lo cantaron Grieg y el gran Oldfield.
La salida del sol es un
acontecimiento único e irrepetible: la conmemoración diaria del triunfo del
todo frente a la nada; del cosmos frente al caos; de la alegría frente a la
tristeza; del Bien sobre el Mal; de la Belleza frente a la desolación; de la
Creación, en definitiva.
Y quizá el que mejor lo
entendió fue Bach: el trabajo, el sacrificio, la entrega diaria, el esfuerzo y
el amor a los demás nunca están de más. Viven en nosotros. Solo hay que ponerse
a bailar: "vamos a jugar en el sol/ todos los días son días de
fiesta". O todo o nada y aquí lo único que vale es el todo. De él venimos
y a él vamos. El todo en Bach es el universo elegante, ordenado y armónico. La
razón al servicio de la emoción. Diría Jotaerre que ya no hay razón o emoción,
sino una sola cosa: "como el mar y como el cielo/ cielo y mar sin querer
son". En Juansebastián todo esto brilla por su propio peso: la música ni
se crea ni se destruye, solo se transforma, se reinventa, se pierde y se
encuentra, se reinventa, renace, vuelve a caer, pero para levantarse. Y esta
vez viene para quedarse. Show must go on...
El mundo que se mueve sonríe,
se alegra, no se esconde ni teme ni agacha la cabeza. Se expande, genera,
motiva y se levanta cada mañana. No aburre ni se lamenta; ¡grita!, baila y
sueña. Y sí: los sueños, sueños son. Pero sueñan. ¿O suenan?