Esta mañana
me ha sobresaltado muy temprano la mal redactada noticia de la
"muerte" de Eugenio Trías. Qué poca estética y ninguna ética, con lo
fácil que lo tenían: "la muerte es un espacio en blanco entre dos
aforismos", decía él. Pero para evitar "Eugenio Trías se encuentra en
un espacio en blanco", diremos sin más que se ha ido al cielo.
Porque en eso
estaba cuando se ha ido, preparando el viaje. Lo ha hecho a conciencia: con
Mahler de compañero y de guía. Si hubiera que ordenar según La edad del espíritu su
ingente obra escrita, quizá le gustaría que lo último antes de partir fuera la
tercera que en ABC publicó titulada "El
acorde atmosférico".
Allí recorre
la Octava de Mahler como sólo lo pueden hacer
los superhombres de verdad: musicalmente. Musicalmente. Y lo dice todo. ¡Todo!,
todo...
"La
Octava sinfonía deriva, como dijo un Arnold Schönberg asombrado y extasiado, de
un único pensamiento plasmado en la frase musical que acompaña al Veni Creator
Spiritus"
"En la
Octava sinfonía se pone a prueba lo que se postuló en la sinfonía
"Resurrección". La apelación a la conciencia creyente pasa ahora por
el crisol que la purifica. La afirmación rotunda ("Resucitarás, pues todo
lo que vive ha de morir, pero todo lo que muere tiene que
resucitar").
"Es
una voz monótona que se ahoga en el silencio inmenso que la circunda. Solo
balbucea una suerte de "aom" musical que promueve, como dice el
compositor inglés Benjamín Britten, un "acorde atmosférico".
Lo dice todo, y todavía algo más para subrayar la superación del
"límite" del pensamiento, ese concepto tan suyo -y tan ilimitado-. Y
ese algo más es acordarse ahí, en la música, de Juan Ramón y de su Dios deseado y deseante, del
que alguna vez ya comentamos en este blog. Pero parece acordarse casi más
-aunque humilde y silenciosamente, como se van los grandes- de esto otro:
"Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo..."
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