Hay un mundo antes de Williams; y un infinito tras sus pasos. El cine le debe tanto que hizo de su música el guión perfecto: un arma infalible para arrancarnos a todos el alma de emoción. Creador de espacios invisibles, narrador de viajes imposibles y poeta de lo insondable.
Casi todo parece nacer en unos ecos del cuarto movimiento de la Quinta de Beethoven: aquí . se prefigura no sólo a Williams, sino toda la trastienda melódica de la ciencia-ficción: Superman, Star Wars, E.T., Jurassic Park.
Es una armonía que sabe trabajar bien los derroteros de Richard Strauss y Holst, entre otros, pero que puede hacernos felices como pocas, arrastrándonos de la incertidumbre a la luz, de la noche al día, del miedo a la euforia, del lo inescrutable a la más absoluta de las verdades.
Nos recorre en cuerpo y alma y desordena nuestros sentidos hasta desubicarnos: un viaje de vértigo que nos reencuentra con lo más profundo de nuestro ser. No hay palabras para describir lo que uno experimenta al acercarse a Williams. Nada es igual. Todo es distinto. Williams, compositor del infinito.
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