O magnum mysterium ("Oh, gran misterio") es el título de un canto responsorial para Navidad que ha viajado a través de la inspiración de Morales, Palestrina o Victoria. De la suya y del Espíritu Santo. El texto dice así:
O magnum mysterium,
et admirabile sacramentum,
ut animalia viderent Dominum natum,
jacentem in praesepio!
Beata Virgo, cujus viscera
meruerunt portare
Dominum Christum.
Alleluia.
et admirabile sacramentum,
ut animalia viderent Dominum natum,
jacentem in praesepio!
Beata Virgo, cujus viscera
meruerunt portare
Dominum Christum.
Alleluia.
(Traducción: ¡Oh gran misterio, y maravilloso sacramento, que los animales deben ver al recién nacido Señor, acostado en un pesebre! Bienaventurada la Virgen, cuyo vientre fue digno de llevar a Cristo el Señor.Aleluya).
Me llega al alma la versión de Lauridsen, un compositor contemporáneo de origen danés. En ella brilla concienzudamente el resplandor renacentista de armonías y ecos ordenados. Comulga con los grandes de la polifonía, pero lo hace desde una siempre sincera sonoridad nórdica: como si el norte recuperara, en él, un imaginario esplendor que late aquí bien fuerte.
Y lo espiritual, claro. Lo espiritual, digo, sí. Porque no es un texto cualquiera y porque subyacen en él algunas de las grandes verdades que resalta ahora Benedicto XVI ("ut animalia viderent..."). Sólo puedo parafrasear a San Juan de Ávila: cuando escucho "la Virgen con un niño en brazos, pienso que he visto todas las cosas". Y es que hay cosas que conviene leer despacio, muy despacio, masticándolas, rumiándolas, casi tocándolas, cantándolas... Y si es al estilo de Lauridsen, el que tenga oídos que oiga.
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