El Centro Cultural Moncloa ofrece conciertos (recitales) gratuitos de gente que proviene, en su mayoría, de las filas de las Juventudes Musicales. De aquí salen buenos intérpretes y otros que se defienden bien ante la partitura. Se agradece la oferta cultural del Ayuntamiento de Madrid, sobre todo en estas cositas que regala al amplio público.
Este martes pasado el Dúo Sarasate caminó sobre Mozart (Sonatina vienesa en Do mayor), Bartók (unos cuantos de los 44 dúos), Rózsa (Sonata para dos violines) y Wieniawski (Capricho en Sol menor, op.18, nº1 y Capricho en La menor, op. 18, nº4). Muy lucida la puesta en escena, brillante de sonido y clara de notas; todo muy medido.
La estrella invitada fue el polaco Henrik Wieniawski (1835-1880): escalas rápidas, armónicos imposibles, fugacidad de dedos y dobles cuerdas al nivel de los grandes.
En un siglo romántico donde el piano fue el núcleo nucleico de todo lo musical (grandes conciertos, grandes intérpretes), algunos genios al violín dedicaban su vida a giras interminables presentando sus credenciales como virtuosos sobre sus propias composiciones ininterpretables: es el caso de nuestro Sarasate y de Paganini, pero también de Wieniawski. El objetivo era deslumbrar, boquiabiertizar y, en definitiva, hacer creer al espectador que aquello que veían era un producto divino, algo sobrehumano.
En ese siglo de pianistas como Czerny, Thalberg, Liszt, Chopin o Rachmaninov, también hubo magníficos hijos de la cuerda, como Wieniawski (aquí en manos de Heifetz).
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