Al salir del metro de Ópera, ostinato de taladradora. Es un ritmo constante que permanece en tu oído como una pequeña "melodía infinita", a lo Wagner. Pero pronto todo desaparece. En mi acera, el Café del Real y el restaurante La Traviata. Muy decimonónicos. Dejo a mi derecha la fachada del Teatro Real -la cara que da a la plaza de Isabel II, naturalmente- y avanzo por Arenal hasta Vergara, donde se puede leer una nueva etiqueta donde antes habitó el Real Musical.
En mi paseo hacia el Istituto di Cultura subo por Santa Catalina hasta Amnistía y allí descubro un altozano desde el que diviso un lateral del Real -el que da a Carlos V-, un pedazo de blanco en edificio alto de la Plaza de España y otro de marrón en aquel otro de Callao, donde ahora se instala 20minutos. Pero, sobre todo, esa fachada coronada en torre. Se trata de la Plaza de Ramales, en cuyo seno se encuentran los restos del bueno de Velázquez. A pesar de que el estilo no adolece precisamente de coherencia, el resultado da el pego: una plaza casi peatonal -lo cual es un oasis para Madrid- y un buen lugar de paso para detenerse y echarse un cigarro. Y no olvidarse de que se está en una zona mágica. La ciudad tiene estos encantos.
Al final caigo a la calle Mayor y llego al Istituto. El edificio tampoco está nada mal...
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