Era Pierre Boulez el que hablaba de las casas de Mies van der Rohe, cuando nos anunciaba que Schönberg "había muerto", o algo así.
Xenakis y Varèse dieron un paso más con Le Corbusier: "hacer música o arquitectura es crear, engendrar ambientes que envuelven sonora o visualmente, poemas". Del mismo modo, el arquitecto avisaba a los espectaoyentes para la Feria Mundial del 58: "No les construiré un pabellón, sino un
poema electrónico y una vasija conteniendo el poema; la luz, color, imagen, ritmo y sonido unidos en una síntesis orgánica". Este 'poema' ha sido la caja de pandora de la música contemporánea: de él ha salido gran parte de la gestualidad y concepción de las nuevas creaciones. El impacto de la electrónica es sólo comparable al producido por las genialocuras que
Stockhausen estaba ya produciendo un par de años antes en la radio de Colonia.
Al parecer, es el hormigón el que sostiene las estructuras de "planta irregular" de Le Corbusier. ¿Quién trae el hormigón a las salas de conciertos?
No dirán que el tema no es apasionante. Ya vimos algo con Brunelleschi y un tal Dufay allá por el siglo XIV, pero lo de Xenakis y su música estocástica es mucho más de lo que un ser humano pueda concebir.
La música quiere ser espacial, física, perceptible no sólo para el oído, sino también para la vista y el tacto. No es que se haga una pieza para un espacio concreto, sino que la música quiere ocupar, en ella misma, el lugar de los pilares y las paredes. La noción temporal se desvanece, es casi un recuerdo doloroso de viejos ecos donde la combinación de armonías y contrapuntos representaba figuras abstractas en mentes lejanas... Esto es otra cosa.
Por cierto: qué bien están los anuncios de
Audi.
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