No sé si será la hora, ni el lugar, pero el día que vi
Suspicion (1941) de Alfred Hitchcock sentí que su perfección en el arte es absolutamente calculada, fría, matemática. La forma que el director tiene de construir tramas, vértigos y 'sospechas' no sólo es ingeniosa, sino que además es producto de un planteamiento estructural complejo y bien tejido.
La película empieza con la escena del tren -un cortometraje en toda regla-, metáfora y profecía del largometraje que le sigue, con digresiones espléndidas, como el diálogo de Lina con la escritora, antológico.
No sé por qué a mí este Hitchcock no me convence del todo con ese final; mira que es difícil fiarse de este Cary Grant... Sírvase usted mismo.
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