martes, marzo 29, 2011

Réplika Teatro: El Gran Inquisidor.


La noche de los teatros en un taller de polígono industrial. El de los Vascos, para ser más preciso: Guzmán el Bueno. 'Vado Permanente' para una fachada con poca luz y rojos tenues de prestidigitación a lo Woody Allen. Modesto hall a lo cutre con taquillas en mesa de máquina de coser huérfana y monedas en caja de chapa.
Dentro, cortina roja y antro teatral: expectación escénica sobre todas las cosas. El frontón triangular de la nave se extiende como cúpula jesuítica hacia el redoble de tablas y tramoya breve.
Pasos en la oscuridad: luz en el preso, gravedad en el monólogo...
Silencio hueco y seco para un texto excepcional: Dostoyevski. Encuentro de las almas en dicción sonora, palpitante, tenebrosa, escalofriante... Lúcida.
Hay una adaptación apenas leve sobre el original y una interpretación que todavía deja al espectador en estética alucinación.
Uno sabe que no sobra ninguna palabra, por eso "quizá prefieras escucharlas de mi propia boca".
Una lectura somera deja al oyente la recepción de una crítica feroz al cetro y al báculo. Sin más. Una nueva, quizá más original.
Otra perspectiva, más humana, le ofrece la relectura simple de ese amor infantil que se proyectó en el
Cantar de los Cantares, en San Juan de la Cruz y en el diálogo infinito de dos mundos que se buscan, se esperan, se desean y se aman (y se besan): el cielo y la tierra. Un cielo gris, por cierto, pues la lluvia caía sobre la nave como susurro violento de esta primera primavera en la noche madrileña de los teatros.

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