Seguro que vd. también tiene un amigo que se declara wagneriano. Una vez oí que Gallardón era muy wagneriano. Puedo asegurar, a lo sumo, que me he cruzado con Pedro J. Ramírez saliendo del w.c. del Teatro Real, en el segundo descanso del
Tristan und Isolde. Bueno, y... ¿de verdad Wagner es para tanto?
Acercarse a la ópera es negocio difícil, no sólo en estos tiempos que corren. Mantener la atención que requiere una pieza de tres, cuatro o cinco horas, disfrazada de montajes postmodernos, aderezando la estancia en la incomodidad insufrible de una butaca de otro siglo... no es como para dejarse querer.
Llamar a las puertas de Wagner es otra cosa. La casa es espléndida, toda ella: escalinata, la galería, la cocina, el inmenso salón. Pero si uno tiene frío debe aproximarse a la chimenea, bien cargada de maderos y quedarse un buen rato observando el fuego, como si no pasara el tiempo, dejándose llevar. El fuego habla por sí solo, igual que la zarza habló a Moisés.
Tannhäuser ('tanjóiser' para los germanófilos) fue estrenada en 1845 en Dresde, y posteriormente en París en 1861. Al parecer, centra su atención en una leyenda medieval sobre un trovador que se debate entre el amor carnal y el espiritual. El fuego de la vida, de la pasión y de la verdad está en el famoso Coro de los peregrinos, que aquí les pongo.
Uno ya se siente más wagneriano y cree que, a veces, Dios nos habla a través de la música. Wagner fue, ante todo, la imagen del genio romántico que vuelve cada año vestido de Sigfrido, o de Tristán, o de Lohengrin como cisne alado...
http://www.youtube.com/watch?v=LYQEqbYnebo
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