En ese abrir y cerrar de siglos que fue el paso del diecinueve al veinte, habita una pléyade de músicos, poetas y artistas cuyas esferas se encuentran en divina armonía. La música respira música, la música proyecta colores y la poesía busca sonidos...
Podemos citar a tantos: Baudelaire, Verlaine, Scriabin, Kandinsky, Schönberg...nos quedaremos con Matisse.
El encargo de La danza (1910) por un coleccionista ruso es uno de los momentos más apasionantes de la pintura del XX: una vez aceptado un boceto del pintor, el propio Matisse cambió (¡súbitamente!) los colores para el óleo sobre lienzo final.
El estudio de la obra requiere una visión poliédrica: estética del movimiento, función y dirección de los danzantes, presencia del Dionisos nietzscheano y ejercicio ritual sobre el ciclo solar apolíneo.
Pero a nosotros nos llama más la atención la elección de los tres colores centrales sobre los que se mueve todo. Partimos de una escala de colores de Gino Severini sobre la que se asigna a cada nota de la escala cromática un color: al do el rojo, al re el naranja, al mi el amarillo, al fa el verde, el azul al sol... a los que debemos sumar los intermedios: un rojo anaranjado para el do sostenido, un naranja amarillento para el re sostenido, etc...
De tal modo que la obra pieza de Matisse utiliza las tres notas de la tríada fundamental de la tonalidad de Re bemol mayor: el re bemol, el fa y el la bemol. ¡Un acorde importantísimo en la tradición musical decimonónica!. Curioso, ¿no?.